Luis Ángel Fdez. de Betoño
Secretos de familia
Han pasado unas horas y ya has comenzado a mamar. Siento cómo mi leche fluye con cada uno de tus sorbos; el calor que emana tu cuerpo sobre mi pecho. Ya no te llevo dentro, pero todavía dependes de mí, es mi cuerpo el que te alimenta. Eso compensa el vacío que me has dejado. El dolor aún no me ha abandonado y unos insistentes pinchazos me recuerdan el desgarro que me has provocado. Mas no me importa, te amo y te protegeré siempre. Eres un bebé enorme, un varón. Apenas abres los ojos y tu piel arrugada aún mantiene el color azulado de los recién nacidos. No obstante, percibo en ti la fuerza de tu padre. Su mata de pelo negro rizado y abundante, me hace intuir que serás el reflejo de mi amado. También sé que es la forma que tiene Dios de vengarse de mí; de hacerme pagar por mi traición. Porque estoy segura de que fuiste concebido la noche que le corté su espesa cabellera arrebatándole su fuerza. Noté cómo su simiente arraigaba en mis entrañas cuando ya lo habían prendido. En el mismo momento que recibía la bolsa con las monedas de plata.
Después hui de su mirada; me odié por lo que hice. Arrepentida, lloré durante horas y a punto estuve de arrojarme por aquel acantilado. Ya en el mismo borde del abismo, volvió ese pequeño pinchazo y mi intuición de mujer me dijo que no estaba sola. Que algo crecía en mi interior.
Me tragué la vergüenza y la culpa. Decidí marcharme. Usar el sucio dinero para procurarte un hogar. Jamás podré confesarte quién era tu padre. Ni una palabra sobre sus hazañas; ni que derrotó a tres mil hombres con una mandíbula de burro como única arma; ni que mató un león con sus propias manos…
Sé que conforme crezcas serás mi alegría y mi orgullo, aunque también el recuerdo de mi pecado, de mi traición, de mi codicia. Ya que estoy segura de que vas a ser la viva imagen del héroe. Por eso me fui tan lejos, porque nunca debes averiguar quiénes eran tus progenitores. Por tu bien y por tu seguridad me llevaré el secreto a la tumba. Mentiré, me inventaré una historia, pero nunca sabrás que, en realidad, eres el hijo de Sansón y Dalila.
Luis Ángel Fdez. de Betoño